viernes, junio 16, 2006

Ruinas de ruinas

Nada resulta hoy más ferozmente inhumano que la ruina del edificio industrial moderno. En ella su antigua condición de receptáculo de alienaciones se ha hecho pura ausencia de ser: la fábrica sin propósito. Se diría espacio consumido por su propia antipotencia; de esa especie de ruina de la que continua brotando un antiguo espíritu de amenaza, como si los antiguos lugares de secuestro aún contuvieran trabajo, la maldición de la que se nutrían en otro tiempo.

Aunque, por supuesto, sepamos que tal amenaza es vana como la de un djinn encadenado, pues allí donde la actividad de los cuerpos se coreografiaba al ritmo de la ergonomía disciplinaria sólo encontramos vacío: el espectro de la fuerza del cuerpo colectivo que ha dejado tras de sí el retablo de las cosas derrotadas: el polvo, el escombro, el graffiti.

Esos volúmenes seccionados de la vida, abandonados de los hombres y presa del devenir de la química configuran hoy el circuito quemado de un disciplinamiento que submigró a pastos más recónditos, casi como si cambiara de fase, de plano vibratorio. Algo inhumano y obsoleto que es ahora más que su recuerdo, el eco -paralelo, distante- de un tránsito cumplido por el fin de la historia.

La estética romántica recoge la rara fascinación que provocan las ruinas; su trágica belleza radica en el hecho de ser el testigo de una narración que encadena la historia a un lugar en el que no estuvimos y que, sin embargo, se halla presente. Las ruinas de los antiguos dispositivos de secuestro -escuelas, fábricas, prisiones, manicomios, cuarteles, silos, hospitales, buques- provocan en cambio una atracción que es de otro orden: un ánsia perversa, divergente, incontenible.

Una diferencia que en cierto modo recuerda la frontera que inmediatamente establecemos entre erotismo y pornografía. Un territorio de deslinde que, de la misma forma que nos hace verosimil imaginarnos paseando entre columnas romanas sin otra ansiedad que la provocada por una batería de litio a punto de expirar, torna inconcebible la pretensión de que podríamos contener el estremecimiento en el ala abandonada de un psiquiátrico aún a plena luz del día.

No estamos hablando aquí de arqueología industrial en la vieja colonia fabril restaurada: turistas somos todos. Más los fetichistas de la infiltración son legión. Podemos rastrear las obsesiones que poseen a estos exploradores de la ruina disciplinaria entre los backrooms de sus escritos y fotografías: arquitectos pornógrafos, interioristas necrófilos, arqueólogos forenses, exhibicionistas sigilosos, voyeurs agorafóbicos. ¿Qué les lleva a emprender estas derivas más allá del callejero? ¿Qué les impulsa a adentrarse en esas aventuras multidimensionales e intensivas ante las que los situacionistas mismos hubiesen retrocedido? Irían a Chernobyl sin dudarlo si pudieran flanquear la vigilancia. (continuará)

Y ahora una experiencia multimedia inquietante:

Emprende una de las exploraciones en access hacking utilizando este fondo sonoro

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