jueves, junio 08, 2006

- Ruido, + Futuro


Con la maniobra cívica el voluntariado, una de las fórmulas de éxito de administración de la ciudad, ha visto modificada su antigua función de entretenimiento orientada a las necesidades de conciencia, para devenir un verdadero contrapeso, una ortopedia política para la triste y expurgada figura del ciudadano.

Porque, en rigor, hace tiempo que el consejo de dirección de la ciudad desechó la fórmula ciudadano, tanto en su formalidad como en su pluralidad. Y el resultado de esa singular ejecución es la mancha clamorosa que reconocemos como ciudadanía: una amalgama entre la masa y el aforo, un conglomerado entre la claca y la hinchada. Una pasta de gente, en fin, congregada y visible sólo a propósito del acontecimiento -las elecciones, el concierto, el forum- como mero acopio reconocible en sus modos por el código de color que tiñe el paisaje a su paso -en argot grafista, por su patentado contraste bicromático-: rojo/amarillo Cataluña, azul/blanco Barcelona, azul/grana barsa, verde/amarillo favela.

Y, sin embargo, en tanto que producto de una ingeniería política unificadora, la ciudadanía no ha bastado para mantener el asentimiento de una población diezmada por la precariedad, la especulación, el exilio coronario y el saqueo de la vida. Por este motivo, y con el propósito de conjurar los estallidos de malestar anónimo y de movilización pública en el intersticio diario -esa simple continuidad de la soledad en tiempo real entre y ante los acontecimientos de la vida de la ciudadanía- se ha introducido la medida civismo: la fórmula voluntariado inserta en lo más cotidiano como conjunto de casos de aplicabilidad de la conciencia de acuerdo a las supuestas costumbres y buenos usos de la ciudad. Modelo que, gracias a su redundancia confirmativa, percute con fuerza sobre la personalidad fomentando como objeto de nostalgia un territorio de convivencia que nunca fue tal.

Un recurso moralizante, pues, que dispone el abanico de ocasiones de indignación de la tradición del buen vecino junto a una panoplia de directrices de seguimiento obligatorio. Normas personales cuyas actuales prescripciones se pueden comprimir en el enfático autoritarismo de las buenas prácticas en torno al silencio, la economía de los fluidos corporales, la movilidad, el micro management de los residuos y el uso remilgado del espacio público. (Fragmento de un trabajo en curso)

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