jueves, enero 07, 2010

No, claro que no

No obstante, aun teniendo la eficiencia y el empuje profesional del personal bibliotecario en gran estima, venía observando con preocupación una irregularidad nueva en el sistema. Por lo general la misión de estos bibliotecarios es atender mis órdenes, cuando las doy, y mantener los archivos en regla. En virtud de un acuerdo tácito, en ningún momento deben decidir de motu propio qué información proporcionarme. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, cuando me hallaba sentado ante mi escritorio, bien intentando trabajar o contemplando el paisaje y meditando sobre el arroyo, sobre qué movía sus aguas, si llevarían o no peces y, si así era, cómo se denominarían y si secretamente hablaban en el idioma de los peces y qué se estarían diciendo, de pronto descubría a un bibliotecario a mi vera, una mano posada en mi hombro, mientras la otra señalaba el expediente que acababa de traer, abierto sobre mi escritorio, y yo seguía su dedo y, al ver lo que éste señalaba, ahogaba un grito.

David Eggers. Ahora sabréis lo que es correr, p. 42