martes, enero 29, 2008

Elohim



... nosotros sólo podemos ser espontáneos en nuestra gravedad. Sólo podemos observar, acumular, ver, certificar, proteger... ser espíritus: siempre a distancia, siempre en silencio.

El cielo sobre Berlín.
Wim Wenders

domingo, enero 13, 2008

Mandorla

biblioprecario

La música parece ascender unívoca y semejante, como la marea, de esa forma extraña en la que la música se trasciende a sí misma y parece sobrevolar la escala del ser, tornándose afilada a la vez que profunda y vagamente metálica, como si un discriminador de sonido ambiente se hubiera aplicado a todo el vagón para transportarme al centro de una nada bien equilibrada.

Y alcanzo a percibir también, más allá del espacio liminar de mi ensoñación, cotidiana que algo en la atmósfera del instante efectivamente ha cambiado, un elemento indiscernible que tiene que ver con el sonido... y con algo más.

Entreabro los ojos y reaparezco en la escena plana del vagón de metro envuelto por sus réplicas oscuras, reflejos casi abstractos que parecen habitar más allá del cristal, en un escenario definido por el álgebra del túnel y la velocidad. Las caras del trayecto, esquemas anatómicos compatibles con el cansancio y el trámite, no parpadean, no bizquean, no bostezan, permanecen rígidas en ángulos dolorosos presas de un estupor que se diría casi fotográfico.

Frente a mí un hombre de mediana edad ha fijado su atención en algún punto situado a mi derecha; sus ojos entornados son los ojos del que prepara su mente para una jornada de centrifugado comunicativo... o para la apoplejía.

Y entonces lo oigo.

Una súbita rotura.

Una nuez cascada.

El estertor del nacimiento de una grieta y a continuación un traqueteo, la ristra de pequeños impactos que recuerda la apertura forzada de una cremallera sellada por la herrumbre.


En alguna parte algo salta y la estrechez se magnifica en una batería de crujidos espaciados, vacilantes al principio, pero cada vez más rápidos en su sucesión. Este chirrido horrible viene del hombre que está sentado frente a mí.

Veo como la línea de su cabello se retira a la manera de la visera de un casco integral, dejando al descubierto un foso alojado entre escombros. El restallido parece alcanzar su paroxismo; un perno cede. Lo quebrado boquea.

Entre la ruina del cráneo, y entre las guedejas de cabello que la enmarcan, van asomando con cautela cinco cilindros flexibles unidos a una superficie pentagonal de la que no alcanzo a vislumbrar extremo o vínculo orgánico alguno. Los filamentos, lisos y de idénticas dimensiones, palpan los extremos de su reino, se desbordan con lentitud por la frente, dejan atrás la nariz y alcanzan los labios. Allí se detienen. Con suavidad, casi con ternura, tensan ambas comisuras hacia los pómulos, y yo me quedo allí sentado contemplando cómo el despojo de un rostro me entrega su nueva sonrisa.

viernes, enero 04, 2008

Eres una máquina




Ni individuo ni especie, sólo contiene intensidad, y no implica ni sentimientos familiares o subjetivos, ni caracteres específicos o significativos. Tanto las caricias como las clasificaciones humanas le son extrañas. Lovecraft llama Outsider a esa cosa o entidad, la Cosa, que llega y rebasa por el borde, lineal y sin embargo múltiple "rebosante, efervescente, tumultuosa, espumeante, que se extiende como una enfermedad infecciosa, ese horror sin nombre".

Eres una máquina.

Eres una piedra.

Eres una planta.

Eres un animalito máquina.


Hidrogenesse. Disfraz de tigre - & - Gilles Deleuze. Mil Mesetas p. 250