La novela más conocida de Philip K. Dick Do Androids Dream of Electric Sheep? contenía ingredientes Sci-Fi que inevitablemente se difuminarían o serían eliminados en su versión cinematográfica Blade Runner. Fue el caso, claro, del título, de los animales eléctricos -la oveja ausente es la marca de registro de esa desafección respecto del texto- de la religión de Mercer, o del sintonizador de estados emocionales. En algunos casos estos elementos de contexto de la trama permanecieron, se conservaron en estado de cita sutil –un buho surcando el salón neoegipcio de la Tyrell Corp. , una serpiente sintética rastreada por los bazares vietislámicos--. En otros se omitieron completamente; quién sabe, puede que resultaran demasiado camp para la visión barroca y afterpunk de Ridley Scott.
Pero hubo un elemento que corrió distinta suerte: ni cita, ni desaparición, sino transformacion pura, de forma a forma atravesando el puente de la materia. Porque algo emergió inalterable de todo el proceso: la materia en su manifestación más radical: el trasto, lo inútil, el deshecho. En la novela lo llaman kippel y es, en tanto que alegoría, y de una sola vez, contexto, trama y único personaje. Un mundo de kippel, un problema de kippel, un protagonista deshecho. Poco importa que el concepto sea producto de una extrapolación ficcional sobre la que se armó el libro, o que aludiera de forma sesgada y muy pop a las consecuencias de la guerra atómica (la Guerra Mundial Terminal -GMT- de K. Dick), esto es, al polvo nuclear y la radiación.
"Kippel son los objetos inútiles, las cartas de propaganda, las cajas de cerillas después que se haya gastado el último, el envoltorio de un chicle o el diario del día anterior. Cuando no hay gente, el kippel se reproduce (...) el kippel expulsa el no-kippel (...) nadie puede ganar al kippel, a no ser, quizás, de forma temporal y en un punto determinado, como mi apartamento, donde he conseguido un equilibrio entre kippel t no-kippel, al menos por ahora (...)"
En la película, ya sin trabas estructurales que lo moldeen y sin guerra visible que le confiera su razón, el kippel -el fragmento sin sentido, el desgaste, la cosa (siempre un triunvirato)- se transforma y se adueña de todo, es omnipresente. Blade Runner puede entenderse como una oda visual a toda esa absurda materia, a todo ese cansancio perseverante. Cielos diurnos brillantes y saturados de partículas suspendidas, las verdaderas almas de las cosas. Noches de kippel líquido que lo inunda todo con su sangre. Calles como cañones abiertos entre enormes vertederos que evocan la geometría de una violación arquitectónica. Y más allá, un horizonte de vectores de luz: las pirámides de las arcologías y las cúpulas geodésicas fulgurando como vertidos ilegales en un fondo submarino.
Y el mensaje de esta visión de un apocalipsis consumado podría ser: tampoco en el fragmento encontraréis salvación.
“Un silencio que emanaba del suelo y de las paredes y parecía generado por una vasta usina lo golpeó con tremenda energía. Brotaba de la moqueta gris en jirones, de los utensilios total o parcialmente destrozados de la cocina, de las máquinas que no habían funcionado en ningún momento desde que Isidore había llegado. Rezumaba de la inútil lámpara de pie del cuarto de estar, combinándose con el que descendía, vacío y sin palabras, del cielorraso manchado por las moscas. En realida, surgía de todos los objetos que tenía a la vista, como si el silencio se propusiera remplazar a todos los objetos tangibles (…)
Vivía solo en ese ruinoso edificio de mil apartamentos deshabitados que, como todo los demás, se derrumbaba de día en día en un deterioro entrópico creciente. Finalmente, todo lo que había en su interior se fundiría, sería idéntico e irreconocible, mero desecho amorfo, kippel apilado hasta el cielorraso de cada apartamento. Y después el edificio mismo perdería su forma y quedaría sepultado bajo el polvo ubicuo. En ese momento él estaría muerto. "
¿La postmodernidad tiene edad? Sí, la tiene.
Siempre llueve sobre el barrio chino
¡Que el cyberespacio se llene de KIPPEL!
Pero hubo un elemento que corrió distinta suerte: ni cita, ni desaparición, sino transformacion pura, de forma a forma atravesando el puente de la materia. Porque algo emergió inalterable de todo el proceso: la materia en su manifestación más radical: el trasto, lo inútil, el deshecho. En la novela lo llaman kippel y es, en tanto que alegoría, y de una sola vez, contexto, trama y único personaje. Un mundo de kippel, un problema de kippel, un protagonista deshecho. Poco importa que el concepto sea producto de una extrapolación ficcional sobre la que se armó el libro, o que aludiera de forma sesgada y muy pop a las consecuencias de la guerra atómica (la Guerra Mundial Terminal -GMT- de K. Dick), esto es, al polvo nuclear y la radiación.
"Kippel son los objetos inútiles, las cartas de propaganda, las cajas de cerillas después que se haya gastado el último, el envoltorio de un chicle o el diario del día anterior. Cuando no hay gente, el kippel se reproduce (...) el kippel expulsa el no-kippel (...) nadie puede ganar al kippel, a no ser, quizás, de forma temporal y en un punto determinado, como mi apartamento, donde he conseguido un equilibrio entre kippel t no-kippel, al menos por ahora (...)"
En la película, ya sin trabas estructurales que lo moldeen y sin guerra visible que le confiera su razón, el kippel -el fragmento sin sentido, el desgaste, la cosa (siempre un triunvirato)- se transforma y se adueña de todo, es omnipresente. Blade Runner puede entenderse como una oda visual a toda esa absurda materia, a todo ese cansancio perseverante. Cielos diurnos brillantes y saturados de partículas suspendidas, las verdaderas almas de las cosas. Noches de kippel líquido que lo inunda todo con su sangre. Calles como cañones abiertos entre enormes vertederos que evocan la geometría de una violación arquitectónica. Y más allá, un horizonte de vectores de luz: las pirámides de las arcologías y las cúpulas geodésicas fulgurando como vertidos ilegales en un fondo submarino.
Y el mensaje de esta visión de un apocalipsis consumado podría ser: tampoco en el fragmento encontraréis salvación.
“Un silencio que emanaba del suelo y de las paredes y parecía generado por una vasta usina lo golpeó con tremenda energía. Brotaba de la moqueta gris en jirones, de los utensilios total o parcialmente destrozados de la cocina, de las máquinas que no habían funcionado en ningún momento desde que Isidore había llegado. Rezumaba de la inútil lámpara de pie del cuarto de estar, combinándose con el que descendía, vacío y sin palabras, del cielorraso manchado por las moscas. En realida, surgía de todos los objetos que tenía a la vista, como si el silencio se propusiera remplazar a todos los objetos tangibles (…)
Vivía solo en ese ruinoso edificio de mil apartamentos deshabitados que, como todo los demás, se derrumbaba de día en día en un deterioro entrópico creciente. Finalmente, todo lo que había en su interior se fundiría, sería idéntico e irreconocible, mero desecho amorfo, kippel apilado hasta el cielorraso de cada apartamento. Y después el edificio mismo perdería su forma y quedaría sepultado bajo el polvo ubicuo. En ese momento él estaría muerto. "
¿La postmodernidad tiene edad? Sí, la tiene.
Siempre llueve sobre el barrio chino
¡Que el cyberespacio se llene de KIPPEL!
2 comentarios:
l noche era oscura, no había Luna. Cogí papel y lapiz y me puse a escribir el último poema bajo la luz blanquísima que emanaba de los cuerpos tendidos sobre el asfalto...el haiku, seco de emociones,quedó prendido en mi pupila, allí murió el último grito: noche blanca, sin luna...
¡Gracias por el haiku!
Me pongo deberes: un haiku, muy pronto. Pero sin respetar la métrica, que es muy difícil.
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