Toda proporción social ha desaparecido. La medida, la correspondencia constante o, cuanto menos, previsible entre las cosas y sus estados falla, y todo parece indicar que un reajuste en esta desproporción general que experimentamos en presente, nosotros ya no la conoceremos. El tiempo se apisona en las bovinas de las grandes máquinas; pasado y futuro retejidos en una maraña de prospecciones y estrategias.
Nuestra vida difiere de su expectativa más inmediata. Lo mismo para los iguales: para nosotros tal fórmula carece de sentido. Podría figurar así, palabra por palabra, en cualquier vértice del corpus efectivo: si alguna vez fue este el caso en la modernidad, algo nos advertiría de que su instrucción obra terroríficamente y en nuestro perjuicio, algo como la amenaza que emana del custodio de piedra o de la arquitectura de un ministerio.
Efectivamente hoy no es ese el caso. En lo formal las paráfrasis de la fórmula clásica de la justica política pueden arroparse de cuero o cincelarse en bronce: resultaría lo mismo si se serigrafiaran en el plástico de los ceniceros. Sobre lo efectivo el estado ya únicamente opera, por defecto y en modo policial, como garante de ciertos contratos privados. Más allá la distribución de igualdades se ha cancelado: la gestión de la sostenibilidad social suplanta una justicia distributiva real proponiendo pseudo oportunidades que reparte full time como un juego de lotería demográfica. (continuará)
Música para juzgados
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