Justo a mis pies el agua surgió de las tinieblas.
¡El agua!... ¡Una laguna inmensa!... ¡Y qué agua!... Un agua negra, dormida, una superficie tan perfectamente lisa que ninguna arruga, ni una burbuja perturbaban su superficie. Ni manantial ni origen. Estaba allí hacía milenios, y allí permanecía sorprendida por la roca, se extendía en una sola capa insensible y habíase convertido, en su ganga de piedra, ella misma, en esa piedra negra, inmóvil, cautiva del mundo mineral. Había sufrido la masa aplastante, el amontonamiento enorme de ese mundo opresivo. Bajo ese peso, diríase que había cambiado de naturaleza, infiltrándose a través de la espesura de las losas calcáreas que retenían su secreto. Se había vuelto también el elemento fluido más denso de la montaña subterránea. Su opacidad y su consistencia insólita hacían de ella una materia desconocida y cargada de fosforescencias de las que sólo afloraban a la superficie huidizas fulguraciones. Signos de potencias oscuras en reposo en las profundidades, esas coloraciones eléctricas manifestaban la vida latente y el temible poder de ese elemento aún adormecido. Sentí un escalofrío.
Henri Bosco. L'antiquaire.
Citado en La poética del espacio, de Gaston Bachelard, pp. 53-54
¡El agua!... ¡Una laguna inmensa!... ¡Y qué agua!... Un agua negra, dormida, una superficie tan perfectamente lisa que ninguna arruga, ni una burbuja perturbaban su superficie. Ni manantial ni origen. Estaba allí hacía milenios, y allí permanecía sorprendida por la roca, se extendía en una sola capa insensible y habíase convertido, en su ganga de piedra, ella misma, en esa piedra negra, inmóvil, cautiva del mundo mineral. Había sufrido la masa aplastante, el amontonamiento enorme de ese mundo opresivo. Bajo ese peso, diríase que había cambiado de naturaleza, infiltrándose a través de la espesura de las losas calcáreas que retenían su secreto. Se había vuelto también el elemento fluido más denso de la montaña subterránea. Su opacidad y su consistencia insólita hacían de ella una materia desconocida y cargada de fosforescencias de las que sólo afloraban a la superficie huidizas fulguraciones. Signos de potencias oscuras en reposo en las profundidades, esas coloraciones eléctricas manifestaban la vida latente y el temible poder de ese elemento aún adormecido. Sentí un escalofrío.
Henri Bosco. L'antiquaire.
Citado en La poética del espacio, de Gaston Bachelard, pp. 53-54
5 comentarios:
Qué bien escribe el amigo!
¡Síp!
Horror cósmico tempranero.
Francés tenía que ser.
Buen descubrimiento. Ya estoy buceando en iberlibro.
Yo tengo el breviario... y en la nevera, o sea, que mr. Bachelard espera su turno. Están locos estos galos. ¿Qué más se les puede pedir?
Amigos, ¿qué puedo decir que no sepáis?
Sólo queda prorrumpir en un último homenaje, sentido y elegíaco, por la única nación que no debimos expulsar de nuestro territorio.
Así que... gritad conmigo, y bien alto: "¡¡Bachelard!! ¡ese hombre!"
¡Más alto cojones!
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