[para leer muy, pero que muy deprisa]
Y eso me recuerda algo que dijo Lacaanng al ser requerido con ocasión de un motín en Los Ángeles durante el cual y por una vez el SWAT fue, a todas luces y para desesperación de los telespectadores, sobrepasado por los acontecimientos…, What the Fuck?! creo que fue como titularon después todo el speech en la Piqueta.
Aquella noche al bueno de Jaques lo arrebataron del abrazo de su diván en un alzamiento de nalgas restallante que le hizo pensar en banderas libres de su mástil en una mañana espléndida pero ventosa, o, en vernáculo, fue trasladado sin mucha preocupación por la repetida coincidencia de su anatomía con los ángulos del mobiliario hasta un cuartucho atestado de oficiales de policía donde, de muy malos modos, el eminente psiquiatra fue embutido en una aparatosa americana de kevlar imitación pana-con-coderas (una precaución lógica, si se tienen en cuenta las rivalidades intestinas en la Sociedad Freudiana Internacional).
Total, que después de los balbuceos que un negociador exhausto le dirigió a modo de briefing y, claro, después de recibir la ducha de puntapiés cortesía imparcial pero inapelable de los especialistas de asalto, nuestro académico tomó el megáfono y, puede que a causa de su estado tumefacto, o... más probablemente -y como revelaría años después en su autobiografía- para acabar rápido con todo aquél asunto de merde desplegó sin voluntad de hacer prisioneros esa paralógica por la que todavía se le vilipendia en determinados círculos. El resultado es hoy bien conocido: sorprendió a todos con un encomio del existencialismo del que destaco la sentencia que, después de todo, es lo que aquí viene a cuento: El judío es una invención del fascista: nadie se levanta por la mañana diciendo “soy de Palencia”. [cursivas mías]
Como cabía esperar, semejante argumento contra la identidad provocó una tempestad neuronal de calibre post-paracetamol a todo aquél expuesto a su influjo y, como en la investigación posterior se demostraría, ofreció el margen que los tiradores de élite del LAPD precisaban para abatir con sistemática pulcritud a los cabecillas de la toma y al 45% de los rehenes -porcentaje óptimo de víctimización especificado por la directriz profiláctica del síndrome de Estocolmo- lo que convirtió toda aquella gestión, que en un primer momento se presumía de calibre catastrófico y con toda seguridad una macedonia no opcional de cabezas de cargos electos, en un servicio impecable a la comunidad o, como suele decirse en ámbitos más restringidos, en una operación de manual.
Más tarde, en la obligada comparecencia frente a las cámaras de los late-shows, el eminente Dr. farfullaría como de pasada: El hombre olvida el significante, pero el significante no le olvida a él.
¿Se entiende?
¿Se entiende tal cual?
Aquella noche al bueno de Jaques lo arrebataron del abrazo de su diván en un alzamiento de nalgas restallante que le hizo pensar en banderas libres de su mástil en una mañana espléndida pero ventosa, o, en vernáculo, fue trasladado sin mucha preocupación por la repetida coincidencia de su anatomía con los ángulos del mobiliario hasta un cuartucho atestado de oficiales de policía donde, de muy malos modos, el eminente psiquiatra fue embutido en una aparatosa americana de kevlar imitación pana-con-coderas (una precaución lógica, si se tienen en cuenta las rivalidades intestinas en la Sociedad Freudiana Internacional).
Total, que después de los balbuceos que un negociador exhausto le dirigió a modo de briefing y, claro, después de recibir la ducha de puntapiés cortesía imparcial pero inapelable de los especialistas de asalto, nuestro académico tomó el megáfono y, puede que a causa de su estado tumefacto, o... más probablemente -y como revelaría años después en su autobiografía- para acabar rápido con todo aquél asunto de merde desplegó sin voluntad de hacer prisioneros esa paralógica por la que todavía se le vilipendia en determinados círculos. El resultado es hoy bien conocido: sorprendió a todos con un encomio del existencialismo del que destaco la sentencia que, después de todo, es lo que aquí viene a cuento: El judío es una invención del fascista: nadie se levanta por la mañana diciendo “soy de Palencia”. [cursivas mías]
Como cabía esperar, semejante argumento contra la identidad provocó una tempestad neuronal de calibre post-paracetamol a todo aquél expuesto a su influjo y, como en la investigación posterior se demostraría, ofreció el margen que los tiradores de élite del LAPD precisaban para abatir con sistemática pulcritud a los cabecillas de la toma y al 45% de los rehenes -porcentaje óptimo de víctimización especificado por la directriz profiláctica del síndrome de Estocolmo- lo que convirtió toda aquella gestión, que en un primer momento se presumía de calibre catastrófico y con toda seguridad una macedonia no opcional de cabezas de cargos electos, en un servicio impecable a la comunidad o, como suele decirse en ámbitos más restringidos, en una operación de manual.
Más tarde, en la obligada comparecencia frente a las cámaras de los late-shows, el eminente Dr. farfullaría como de pasada: El hombre olvida el significante, pero el significante no le olvida a él.
¿Se entiende?
¿Se entiende tal cual?
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