domingo, abril 15, 2007

¡Adiós, lunes deprimente!


Kurt Vonnegut escapó del continuo ayer por la noche, voló en círculos hasta el año 1955, se tomó una gran porción de tarta de arándanos, de arándanos de 1955, dibujó un ojo del culo invisible en su plato y volvió a saltar. Desde aquí el tiempo es como los glaciares, pensó mientras ascendía. Cuando por fin aterrizó en el planeta Trafalmadore lo estrecharon diez mil abrazos... y lo mejor fue que pudo sentirlos todos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

cafe y cigarro, cagarro.
es como el desayuno de los campeones pero en cheli.
Estoy convencido que le hubiera gustado a nuestro querido sr. K.V.

Que Dios lo acoja en su seno.

sublibrarian of the year dijo...

Sí. ¡Creo que le hubieran dado muchas risas!

Que no te engañen, venimos a este mundo a tirarnos pedos

Kurt Dixit

Anónimo dijo...

Ahora entiendo lo del cambio climático. Ojo con los pedos que puede ser un arma de destrucción masiva. Recomiendo leer el libro “Instrucciones del buen pedorro”. El pedo como arma de destrucción masiva”. Los pedos sonoros suelen ser inofensivos; de quien nos tenemos que proteger son de los silenciosos que atacan por sorpresa, sin previo aviso y pueden llegar a ser mortales por su alto grado de pestilencia. Cuando estuve en el frente de...(no me acuerdo de qué guerra, ni el año, pues desde entonces mi cabeza no es la misma; perdí, la visión del ojo derecho, el olfato y sólo oigo un zumbido por el oido izquierdo); sólo recuerdo que estaba en la trinchera y fui bombardeado con uno de esos pedos traidores. Al olerlo, se me nubló la vista y, aturdido, salí de la trinchera gritando como un poseso, con tan mala fortuna que fui a tropezar con un sargento de aquellos nerviosos y cab… que me pegó un bofetón. Yo tenía la vista nublada, no podía mantenerme en pié, muy afectado por el efecto letárgico del pedo y al querer disculparme, el hijo de p… pensó que le estaba insultando pues balbuceaba: un pedo, un pedo y siguió pegándome hasta que como pude huí corriendo. Pero con tan mala fortuna que en mi loca huída atravesé las líneas enemigas y fui apresado. El sargento, obcecado y rabioso salió detrás de mi corriendo y también fue apresado. El tío nervioso, gritaba y se abalanzaba contra mi para pegarme, gracias que los soldados, con sus armas, me defendían, justo cuando me creía a salvo y protegido por mis nuevos amigos, un olor nauseabundo comenzó a envolvernos. Los soldados que me protegían cayeron al suelo desmayados; yo no sabía que pasaba. Pronto comprendí al ver al hijo p… del sargento que como una bala se dirigía hacia mi riéndose. Cuando recibí el primer puñetazo, comprendí: el de los pedos silenciosos y venenosos era él. Yo como había perdido el olfato en la primera carga, no me había percatado. No pude evitar la paliza. Mis heridas y las secuelas que hoy me tienen inhabilitado son el resultado de esa guerra pestilente. Pero no mal que por bien no venga: mi libro fue un éxito. En cuanto al sargento comprenderéis que no puedo rebelar un secreto militar, sólo puedo deciros que vive, bueno si a eso se le puede llamar vivir, en un laboratorio, al que se le alimenta 24 horas al día con potaje de judías a las asturiana. Cuando le voy a visitar, adivino por sus ojos, que aún se acuerda de mí. Lo cual me place sobremanera. Al fin y al cabo, yo lo he descubierto y me he hecho famoso. Me gusta llevar bigote.