La guerra es el padre y el rey de todas las cosas. La adhesión incondicional y el recurso constante a este aforismo presocrático son los progenitores de un cinismo vetusto, afortunado en la argumentación y petulante en la expresión, que ya se lo sabe todo y a diestra y siniestra actúa en consecuencia. Pero al giro naïve que pretende relanzar la potencia del aforismo hacia un nuevo comienzo político y radical, se opone el impenetrado peso de una tradición que contagia maneras: desde la actualización más simple del corpus situacionista a los tipificados tics de los lectores de filosofía francesa, el espectro del sabio sólo logra inocular las pasiones más bajas de la guerra -o el matar continuo o el morir incesante- a la afectividad que la acoge como motor de su acción.
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