Hereu tiene mala mano, no es un chiste. Poco puede hacer nuestro alcalde por derecho de sucesión con lo que ha quedado sobre la mesa después del fiasco 2004 y de una década de negocis [véase: combinado de especulación salvaje y gentrificación intensiva] y, bueno, claro, después de que el Deus Ex Machina madrileño halla salvado in extremis al anestesista menos fructífero de la ciudad a pocos segundos de lo que se le venía encima...
Así que parece que lo tiene bastante negro. Y francamente, es un alivio que en esto, y por una vez, estemos de acuerdo. Que coincidamos pese a los matices que alzan cordilleras entre nosotros. Es reconfortante, en fin, saber que aunque nos molestáramos en consultar las estadísticas pertinentes (cada uno sus favoritas) comprobaríamos cómo, una por una, las apuestas van volviéndo la espalda al alcalde con un mohín de fastidio.
Pero el subidón de alivio universal y la complacencia en la aflicción del, por así decirlo, enemigo, tiende pronto a descodificarse de un modo mucho menos literario en un ringtone de la peor calaña que a cada segundo se vuelve más y más ominoso. Su mensaje es tan claro como desagradable: esto irá a peor. Porque en la mano del alcalde sólo resta la última carta de Clos para salvar la nave: bastos menores, jarabe de palo. Y es por ello que de ahora en adelante nos referiremos al Heredero simplemente por su nombre verdadero El Guardia de la Porra.
En otras palabras, puede que estemos desdeñando algo que dada su evidencia contenga un poder fatal, algo tan sencillo como que nuestro Guardia de la Porra se encuentra cómodo con su mala mano y su posición de desventaja, pues su juego hasta la fecha lo define como un político ciertamente austero, en realidad como un "duro" de la gestión expeditiva... y no precisamente de boquilla, ya que no faltan los ejemplos de dureza en sus actuaciones.
Probablemente lo que se recuerde de su carrera como regidor de seguridad pre-Guardia de la Porra sea anecdótico a estas alturas del despropósito, pero su fijación casi personal con la calle de Sant Antoni permanecerá por derecho propio en el imaginario barcelonés. No es para menos, pues meses de furia higienista le provocaron un arrrebato de inspiración que le llevó a proponer el decomiso de los salarios sexuales a través del recaudo de la guardia urbana. ¡Ah, propuesta feliz! que cuando trascendió le hizo valedor del título de Proxeneta Més Gran del Món, a él y por extensión al ayuntamiento, lo que lógicamente condujo -el pleno tomado de la mano y cubierto por una nube de bochorno- a la retirada de toda consideración de semejante delirio.
Pero como nuestro Guardia de la porra es un “duro” y por tanto no olvida, la cuestión del Sant Antoni Vice quedó abierta en su archivo de pendientes, y así, una vez le fue legada la Porra en una ceremonia más bien lacónica, la primera medida a la que se preocupó en dar continuidad fue la de limpiar Sant Antoni de prostitutas; preocupación extrema, sin duda, pues con la excusa de la presencia de las Mafias rumanas (¡uuuuuhh!) reclamó y -lo que es más esperpéntico si cabe- consiguió la intervención de especialistas GEO en la dignificación de-fi-ni-ti-va del barrio.
[Continuará por todos los medios]
Así que parece que lo tiene bastante negro. Y francamente, es un alivio que en esto, y por una vez, estemos de acuerdo. Que coincidamos pese a los matices que alzan cordilleras entre nosotros. Es reconfortante, en fin, saber que aunque nos molestáramos en consultar las estadísticas pertinentes (cada uno sus favoritas) comprobaríamos cómo, una por una, las apuestas van volviéndo la espalda al alcalde con un mohín de fastidio.
Pero el subidón de alivio universal y la complacencia en la aflicción del, por así decirlo, enemigo, tiende pronto a descodificarse de un modo mucho menos literario en un ringtone de la peor calaña que a cada segundo se vuelve más y más ominoso. Su mensaje es tan claro como desagradable: esto irá a peor. Porque en la mano del alcalde sólo resta la última carta de Clos para salvar la nave: bastos menores, jarabe de palo. Y es por ello que de ahora en adelante nos referiremos al Heredero simplemente por su nombre verdadero El Guardia de la Porra.
En otras palabras, puede que estemos desdeñando algo que dada su evidencia contenga un poder fatal, algo tan sencillo como que nuestro Guardia de la Porra se encuentra cómodo con su mala mano y su posición de desventaja, pues su juego hasta la fecha lo define como un político ciertamente austero, en realidad como un "duro" de la gestión expeditiva... y no precisamente de boquilla, ya que no faltan los ejemplos de dureza en sus actuaciones.
Probablemente lo que se recuerde de su carrera como regidor de seguridad pre-Guardia de la Porra sea anecdótico a estas alturas del despropósito, pero su fijación casi personal con la calle de Sant Antoni permanecerá por derecho propio en el imaginario barcelonés. No es para menos, pues meses de furia higienista le provocaron un arrrebato de inspiración que le llevó a proponer el decomiso de los salarios sexuales a través del recaudo de la guardia urbana. ¡Ah, propuesta feliz! que cuando trascendió le hizo valedor del título de Proxeneta Més Gran del Món, a él y por extensión al ayuntamiento, lo que lógicamente condujo -el pleno tomado de la mano y cubierto por una nube de bochorno- a la retirada de toda consideración de semejante delirio.
Pero como nuestro Guardia de la porra es un “duro” y por tanto no olvida, la cuestión del Sant Antoni Vice quedó abierta en su archivo de pendientes, y así, una vez le fue legada la Porra en una ceremonia más bien lacónica, la primera medida a la que se preocupó en dar continuidad fue la de limpiar Sant Antoni de prostitutas; preocupación extrema, sin duda, pues con la excusa de la presencia de las Mafias rumanas (¡uuuuuhh!) reclamó y -lo que es más esperpéntico si cabe- consiguió la intervención de especialistas GEO en la dignificación de-fi-ni-ti-va del barrio.
[Continuará por todos los medios]
1 comentario:
Para cuando J.H.II?. La espero impaciente
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