Es lo más común de nuestras vidas, allí donde todos nos reconocemos y aquello en lo que todos nos unimos a todos en soledad: una identidad común en el mirar la pared. Esta múltiple soledad idéntica no se identifica con la vida del yo, con el sí mismo, o con el espacio interior, el íntimo. El sí mismo es el horror: un lugar previo a la personalidad, secante a la conciencia e interseccionado con el deseo que constituye, en rigor, la definición clásica del estado de neurosis: la imposibilidad de vivir sanamente con una identidad mínimamente definida. El íntimo es la morada de la vida del yo, el paisaje narrado de una historia que se hace presente continuo en su repetición diaria: la confesión mentirosa de una máscara, la mascarada confesa que tejen las mentiras.
[Un bonito post-veraniego]
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